No hay edad para los fans de la tele y sus habitantes.

Cualquier cosa sirve con tal de tener una mejor vista de los personajes de la tele.

Y la cosa no termina con la Gala. Viña transpira al calor de los fanáticos de la farándula nacional.

Farándula festivalera

Desgalanada

He aquí una duda existencial: qué misteriosa fuerza hace que cientos -si no miles, si no millones- de chilenos dediquen buena parte de su día y sus conversaciones cotidianas a los temas de la denominada farándula. Qué energía los impulsa a comentar la vida (o más bien de lo que conocen de ella) de los famosillos de la tele. Qué inescrutable combustible les hace esperar durante horas en las afueras del Casino Municipal de la Ciudad Jardín para poder ver -aunque sea de lejos, aunque sea desde arriba de un árbol- el desfile de un puñado de seres que habitan dentro del universo de la televisión y el espectáculo chilensis en la previa del principal show farandulero-musical del país: el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Claro, en una labor pedagógica, los opinólogos nos han enseñado a entender que se trata de una gala, situación que hace a muchos suponer que ello es cierto, lo cual no hace si no hacer aún más patética la situación. Pero volvamos a las preguntas iniciales para tratar de abordar algunas respuestas aunque sea a modo de bosquejo. Durante nuestro reporteo fotográfico de la denominada Gala del Festival, pudimos observar que la enorme mayoría de las personas aquí presentes vino porque no tenía nada mejor que hacer en esta tarde de verano. Muy pocos pueden ser identificados como verdaderos “fans” de alguna figurita del espectáculo criollo. En buen chileno, están aquí para sapear. Para ver de cerca (en realidad bien de lejos) a aquellos sujetos que todos los días observa a través de la televisión. En ese sentido, el ejercicio de asomarse tras las rejas del perímetro de seguridad del Casino tiene que ver más bien con una tarea de verificación. De salir de la duda íntima acerca de la verdadera existencia de estas “estrellas”. “Se ve más flaca que en la tele”, dice una señora entrada en kilos que llegó temprano y alcanza un sitio en las tribunas que el canal organizador ubicó para ordenar un poco al vulgo. Los famosos son invisibles. No se les ve esperando micro. No hacen la cola en el consultorio. Sus hijos no van al liceo de los propios. Ver para creer entonces. Segunda hipótesis: la vida del promedio de los chilenos resulta ser tan gris y triste que el contacto -aunque sea breve, aunque sea distante- con las lentejuelas y las luces resulta ser también terapéutica. Un oasis de ilusión de alegría en medio de un desierto de frustraciones y falta de acceso a la diversión en el que transcurre su existencia. Probablemente, en el corazón de las personas que hoy asisten sin invitación ni credencial a mirar el paso de los famosos por la alfombra roja conviven las tres emociones. Están aquí para sapear sin muchas expectativas (ni siquiera verán el Festival por la tele, menos irán a la Quinta Vergara). Están aquí para comprobar que la gente de la tele es más chica y flaca de lo que pensaban. Están aquí para distraerse un rato del libreto oscuro y sin sobresaltos que le tocó como vida. Claro, varios metros más allá, tras las rejas y los camiones que impiden observar como corresponde el show, los integrantes del ridículo "star system" criollo no parecen darse cuenta de nada más que de la presencia de las cámaras de un puñado de reporteros que apretujados en un corral intentan a grito pelado conseguir su atención y que les regalen un gesto o una cuña con la cual ganarse la vida en esta industria que más eso parece un almacén de barrio con vocación de mall.