Con la maleta cargada de sueños partieron miles de compatriotas a acompañar a la selección en Brasil 2014.

Y lo del sueño es literal: un viaje largo obligó a los chilenos a dormir en cualquier posición y lugar en su travesía mundialera.

En Río de Janeiro los chilenos pudieron comprobar que en aquellas tierras también hay gente que busca el sueño en las calles.

Almohadas más, almohadas menos, todos quienes viajaron a Brasil se traen de vuelta una experiencia inolvidable.

El sueño eterno

Escribo estas líneas un par de días antes del encuentro en octavos de final ante Brasil en la Copa Mundial de Fútbol de la FIFA 2014. Como todos ya saben, Chile venció a Australia en su debut, luego tuvo un triunfo histórico ante España (actuales campeones del mundo) y finalmente perdió con Holanda. El guión estaba más o menos escrito (quiza lo de España fue lo más potente del texto) y en el capítulo que viene las apuestas le van a los locales con una aplastante fuerza apoyada por una historia que no deja casi dudas de la paternidad carioca. Pero más allá del resultado del partido ante Brasil, este Mundial ha dejado varios hitos para nuestro país. En primer lugar, la gente recobró su fe en la selección, confirmando que se puede jugar bien ante cualquier rival. Claro, no faltan los que retrucan diciendo que los resultados son lo importante y que el resto es challa. No dejan de tener razón, pero ahora casi no quedan chilenos que a priori supongan que viviremos bochornos de 90 minutos ante el televisor. En segundo término, aunque la cercanía del torneo anticipaba una presencia numerosa de hinchas chilenos en Brasil, la verdad es que el número y el ruido generado por los compatriotas no dejó de sorprender. Incluso el exabrupto de un centenar de sujetos entrando sin ticket al Maracaná por la sala de prensa también permitió confirmar que para miles de chilenos, el entusiasmo generado superó la moderación que se supone que nos caracteriza. Un punto negro: la destrucción generada en Chile luego del triunfo ante España, episodio que sólo confirma la poca costumbre de triunfos que nos aqueja y el malestar que está instalado en el corazón de miles de marginados del modelo en apariencia exitoso. En nuestro país, claro, los que se soban las manos con este relativo éxito de nuestra selección son las grandes marcas que auspician el proceso. Ellos venden más gracias a la pasión y todo el discurso asociado al fanatismo del pueblo ante el fútbol. Pero ojo que no sólo ellos le sacan provecho a este sueño (¿imposible?) de lograr elevarnos al Olimpo del fútbol global: en cada rincón de Chile un pequeño comerciante, un vendedor ambulante también accede a los frutos (pequeños al lado de los otros, claro) de esta fiebre mundialera. Obviamente, cuando todo termine, deberemos volver al país que teníamos antes de creer que podríamos llegar a alguna parte esta vez. Seguiremos siendo una de las naciones más desiguales del planeta. Seguiremos con una educación mala y cara y una salud sólo para los que tienen plata. Seguiremos sufriendo terremotos y maremotos y negligencias y abusos de los poderosos. Eso nos espera más allá del sábado 28 cuando juguemos con Brasil. Antes de esa fecha, nadie puede condenar a los que prefieren -aunque sea por un par de semanas- poner el corazón y la conciencia en neutro y soñar.