Mar Negro

Imaginen a superficie del planeta Marte. Imaginen ahora un suelo gris-rojizo en la costa Pacífico de Sudamérica. Las diferencias, al menos visuales, deberían ser escasas. Imaginen ahora lo que es tener que vivir, ir al colegio, andar en bicicleta, ir al trabajo caminando sobre una tierra que todos saben contaminada. Pongámosle ahora aroma a la imagen: la cosa acá huele tan mal como podría ser la mezcla de gas y los vapores del cemento caliente. Un hedor sordo que dura 24 horas al día, 7 días a la semana y 365 días al año. Pues bien, así es como viven miles de compatriotas que habitan en zonas saturadas de contaminación en su aire, en su agua, en su tierra. Las comunas que se encuentran en esa condición se cuentan hoy por varias decenas a lo largo de nuestro país. Como si fuera poco, en Quintero, ubicado en una de esas zonas donde se respira a diario la contaminación, se registró un nuevo episodio tóxico, esta vez venido desde el mar. En la bahía de esta comuna ubicada pocos kilómetros al norte de Viña del Mar, un derrame de petróleo dejó literalmente todo en negro. El hecho ocurre en un tramo de la costa que históricamente ha estado relacionada con la pesca artesanal y los atractivos turísticos pero también ha estado relacionada con lo peor de las externalidades negativas de la denominada industria “moderna”. Esas que ensucian y matan. Y es que junto a los veranos de coloridos quitasoles y playas clásicas llenas de visitantes, desde hace décadas conviven en Quintero fuentes de emisión de contaminantes que invisiblemente han envenenado durante años a las personas que ahí viven y trabajan. Este último episodio, ha estado marcado por una cadena de negligencias que abarcan desde los operarios privados que no supieron o quisieron evitar la caída del combustible al mar y de ahí a la playa y de ahí a sus ecosistemas. Las miradas apuntan a una mala maniobra realizada por el buque Mimosa y un par de remolcadores durante una operación de carga de combustible y que habría terminado con una manguera rota y miles de litros de petróleo en el mar. El gerente general de Empresa Nacional del Petróleo (Enap), Marcelo Tokman, criticó duramente al grupo Ultramar de la familia Von Appen -propietario según el ejecutivo de las embarcaciones involucradas- debido a su actitud pasiva luego del incidente. Los Von Appen son dueños de TPS, concesionario de Puerto Valparaíso y auspiciador de la camiseta del club local Santiago Wanderers. Pero la estatal Enap tampoco se escapa de las críticas: el terminal de combustibles para embarcaciones opera bajo su control. Tampoco ha pasado piola que el cálculo inicial de petróleo vertido fue 7 veces más pequeño que lo que indicó cifra oficial final (de 3 a 22 metros cúbicos). Un error de cálculo sólo explicable desde un intento de ocultar información o desde una inexplicable falta del conocimiento técnico necesario para atender este tipo de emergencias. Pero más allá de los dimes y diretes, los más indignados con esta situación son los habitantes de Quintero y sus alrededores. Ya han comenzado las protestas y el malestar parece ir aumentando al calor de 50 años de contaminación y una paciencia que se acaba. Acá no se olvidan que eran sus hijos los niños de la Escuela La Greda que salieron en la tele llorando y vomitando producto de nubes tóxicas provenientes del parque industrial cercano. Así las cosas, falta todavía que la investigación sobre el derrame nos cuente qué pasó y por culpa de quién. Faltan también castigos sobre los responsables de la catástrofe ecológica. Pero sobre todas las cosas faltan definiciones acerca de lo que como sociedad estamos dispuestos a sacrificar en aras del tan famoso crecimiento económico. La gente de Quintero y Puchuncaví se cansó de ser la cara y los pulmones de ese sacrificio. Las banderas negras flamean sobre los locales vacíos de una ciudad sitiada por la contaminación.