Un salón de honor caluroso y lleno de gente y expectativas recibió a Jorge Sharp cuando juró como alcalde de Valparaíso.

En la previa, un caluroso saludo entre el obispo de Valparaíso y la concejal transgénero Zuliana Araya.

El Mimo Tuga fue "jefe de campaña" de Sharp y se robó la película durante la ceremonia de cambio de mando.

La saliente concejal Paula Quintana también está aquí: pese a ser socialista apoyó a Sharp en vez de al candidato oficialista DJ Méndez.

Puño en alto. La imagen probablemente llamó la atención de sus electores que quizá no tenían tan clara su posición política de izquierda.

Otro que usa el puño izquierdo arriba es Yuri Zúñiga, que llegó al concejo desde su carro de venta de sánguches con discursos de allende en los parlantes.

Mucha prensa. Al igual que muchas elecciones en el mundo durante 2016, los medios no pudieron anticipar el triunfo de Sharp.

Afuera del salón se enfrentan a gritos los adherentes y críticos del proyecto de ampliación portuaria conocido como T2.

El Ciudadano Sharp

El salón de honor del municipio de Valparaíso está lleno y caluroso en este martes 6 de diciembre de 2016. En los pasillos la cosa no está más despejada. ¿La razón? Hoy asumen sus cargos las autoridades comunales. El concejo municipal y quien lo preside: el alcalde. ¿La novedad? Por primera vez desde el retorno a la democracia en 1990, el sillón de la máxima autoridad de Valparaíso sería ocupado por un sujeto que no proviene de los dos bloques políticos tradicionales que se han repartido la torta del poder en el Puerto hasta ahora. Y el sujeto se llama Jorge Sharp. Viene acompañado por dos nuevos concejales paridos en un proceso de candidaturas ciudadanas: Daniel Morales y Claudio Reyes. El salón está lleno de gente que en su gran mayoría viene a presenciar este hecho histórico. Claro, también están los adherentes de los concejales que se repiten el plato y que disciplinadamente aplauden a los suyos. Pero la gran mayoría de quienes repletan el salón están aquí porque quieren ver con sus propios ojos cómo un joven ex dirigente estudiantil desconocido hace un par de meses posa ante las cámaras sonriente y con su puño izquierdo empuñado. Los papás de Sharp también están aquí tras viajar desde Punta Arenas, tierra natal del novel alcalde. Hay gente que queda afuera del salón. Un tipo de barba reclama a grito pelado que el pueblo tiene derecho a entrar. La gente sentada lo mira y se mira medio incómoda. Como si la llegada del alcalde del Movimiento Autonomista (de izquierda) fuera contradictorio con el privilegio de estar dentro. Y es que nadie sabe a ciencia cierta cómo será este gobierno municipal atípico. Muchos funcionarios no saben si seguirán o se quedarán. Las empresas que operan en la comuna tampoco saben para dónde tirará Sharp y los suyos la pelota. Dentro del conglomerado ciudadano que explica su llegada al poder tampoco hay muchas certezas. Hay harta esperanza en el ciudadano Sharp. La gente no lo conoce pero confía en él. Los miles de porteños que votaron a su favor sin duda lo hicieron porque ven en él a un tipo joven honesto y ajeno a los moldes convencionales ya agotadísimos. Su discurso les suena coherente. ¿Pero hasta cuándo durará esta luna de miel con los porteños? ¿Serán capaces los nuevos integrantes de la burocracia local de atender de forma eficiente los múltiples requerimientos de una ciudad empobrecida? Sharp sabe que las expectativas pesan sobre sus hombros. Por eso ha hecho un par de jugadas inteligentes: primero no se ha presentado como el salvador de Valparaíso. Sabe que no podrá dejar en cuatro años la ciudad sin los problemas que arrastra desde hace décadas. Su equipo ha sido habiloso también en otro sentido: antes de asumir la alcaldía se llevó adelante una serie de encuentros con vecinos para que estos plantearan sus inquietudes. Las conclusiones de esos encuentros no han sido difundidos pero se supone que le permitirán ordenar las prioridades de sus primeros meses de gestión. Durante una entrevista que pudimos realizar hace un par de semanas con él le preguntamos de qué forma harían realidad la tan anunciada participación popular. ¿Plebiscitos? ¿Consultas ciudadanas? Dijo que todas eran cartas útiles para tomar el pulso a los porteños y sus deseos. Sin embargo, y pese a lo positivo del proceso, el puñado de reuniones realizadas en sectores puntuales por Sharp y su gente resulta ser claramente insuficiente si lo que quiere es dar respaldo a su gestión inicial. Y es que una cosa es prometer participación y otra cosa es abrir espacios concretos para que ésta participación se materialice en acciones concretas de la autoridad local. Sigue la ceremonia en el caluroso salón de honor de la muni. Ahora se escuchan gritos afuera. Se trata de gente que apoya el proyecto del Terminal 2 en el borde costero, el cual fue ampliamente cuestionado por el entonces candidato. Al frente del pasillo, y en línea con el punto anterior, los adherentes de Sharp gritan en contra del proyecto de ampliación portuaria. Acá quizá esté la primera prueba de fuego para Sharp: cómo justificar su postura previa de revisión del T2 por medio de mecanismos amplios de consulta ciudadana. Porque en una ciudad empobrecida como Valparaíso, cuesta que el porteño promedio se oponga a iniciativas que generan puestos de trabajo que son esquivos para la zona. O dicho de otra forma: qué tan dispuesto está Sharp a hacer realidad la participación ciudadana incluso cuando la voz de la mayoría de la gente vaya en línea contradictoria con sus propósitos iniciales. Claro, hasta ahora son sólo previsiones ante un proceso que parte marcado por la esperanza y la incertidumbre, pero sin duda con el pasar de los meses se irá consolidando la necesidad de llevar a cabo lo prometido: participación de las y los porteños en las decisiones que les afectan en su día a día en la ciudad. Interesante desafío llevar el compromiso de participación ciudadana hasta el ejercicio concreto de incidencia. El futuro del ciudadano Sharp, de sus seguidores ciudadanos y de los porteños en su conjunto se juega en la cancha de la participación. Y el partido recién comienza.