Pandemia sin techo

Frente al Congreso en Valparaíso hay una estructura de varios metros de alto hecha de cobre. Se llama Monumento a la Solidaridad y fue realizado por el artista Mario Irarrázabal e inaugurado en 1995. Tras el estallido social de octubre de 2019, la obra fue víctima de un atentado incendiario. La imagen era decidora: el homenaje a la solidaridad hecho con denominado sueldo de Chile ardía como una antorcha a pocos metros de donde se hacen las leyes en nuestro país. Tras el incidente y durante un par de semanas, la base de la escultura con forma de trenza volvió a albergar a sus pies a vendedores informales que comercian con ropa usada y artefactos de dudosa procedencia. Luego vino la pandemia y el espacio adyacente a la escultura vio nacer una improvisada comunidad conformada por personas sin hogar y una decena de perros callejeros. Lo ocurrido en el bandejón central de la avenida Argentina se replica en diversos puntos de la ciudad. Abajo del Nudo Barón, en avenida Brasil, en Errázuriz, en el Barrio Puerto, en el paseo Weelwright y en numerosos otros rincones ni tan escondidos y próximos a lugares donde machetear unas monedas y comprar copete barato y efectivo. Porque la botillería es la farmacia del que vive en la calle y la autoridad local permitió su funcionamiento como comercio de primera necesidad. La gente de la calle está más que de acuerdo. Intenten dormir lúcidos sobre el pavimento y también lo estarán. El drama humano de las personas viviendo en la calle en Valparaíso es casi tan antiguo como la ciudad misma. Pero la pandemia nos lo volvió a poner con rudeza ante los ojos y lo que más inquieta es precisamente que nadie luce demasiado inquieto ante este indigno panorama. El viernes 31 de julio asiste al Congreso el presidente Sebastián Piñera a rendir su cuenta pública. Temprano ese día llega la policía a desalojar a los habitantes de la escultura de la solidaridad. No vaya a ser cosa que el mandatario se entere de la existencia de estos chilenos.