Yo quiero a mi bandera

Como fueron muchos días de Fiestas Patrias, pasaron muchas cosas. Eso no quiere decir que pasaron cosas nuevas. Más bien fue al revés: como fueron tantos días (sumando, los más relajados se tomaron 10 días seguidos de descanso y carrete), se multiplicaron las ocasiones en que -al igual que en la película “El Día de la Marmota”- se repitieron los rituales y los colores y la música y los despachos de la tele desde el peaje y las comidas y las ramas y los anti rodeos y los anti anticuchos y los perritos en la parada militar y la lluvia y el insólito consumo de alcohol (incluida esa blasfemia llamada “terremoto”) y los pañuelos y las calles un poco más sucias y sumidas en una especie de caña urbana de la que todos nos sentimos cómplices. Sonrisas y relajo en la gente, la elite bailando pésimo la cueca como siempre y el tradicional llanto en los fonderos insatisfechos. Todo como siempre pero más veces. Todo repetido y revuelto como en un laberinto de espejos que puede ser patriótico o patriotero, 18 o 19, divertido o claustrofóbico según la emoción de fondo. O de fonda. Salut.